Ir al contenido principal

Entradas

Mostrando entradas de julio, 2012

Me acuso

"Yo no estoy en allí (en la clase) para quererlos (a los alumnos) y no les pido que me quieran. Tenemos un contrato de trabajo que respetar, ni más, ni menos. Yo enseño y ellos aprenden, si quieren" Estra frase la he oído varias veces de compañeros profesores. Y me acuso de no haber tenido valor para decirles que abandonaran la profesión.

Una de autoestima

Mira que se dicen cosas feas de la escuela: que si no hay nivel, que si los profesores no tienen más que vacaciones, que se están quedando viejas y reviejas, por muchas pizarras digitales que tengan... Pues bien, todo eso tan malo que se dice de la escuela nunca podrá ocultar los millones de "niños que ha salvado de las taras, los prejuicios, la altivez, la ignorancia, la estupidez, la codicia, la inmovilidad o el fatalismo de las familias" (Daniel Pennac, Mal de escuela, Literatura Mondadori, pag. 25)

Maestros con maestría

Maestros llaman también a los toreros. Y a los buenos músicos, a los directores de orquesta. Yo le gritaba maestro! a Txetxu Rojo, el 11 del Athletic, cuando inventaba pases imposibles con su pierna izquierda. Y hay también maestros de la danza, y de la pintura. Maestro es el que tiene maestría, diría Forrest Gump. Tener maestría es saber más de lo que se sabe, o hacer más de lo que se hace, normalmente, en un campo de trabajo cualquiera. Los maestros abordan problemas que aumentan su maestría, mientras que los que no lo son, dice Day ("Pasión por enseñar", Narcea, Madrid 2006, pag 102) tienden a abordar problemas para cuya solución no tienen que asimilar ya nada nuevo. Entonces, ¿por qué hay maestros y profesores empeñados en reducir su campo, en tener cuanto antes todas las respuestas, en no tener que preparar nunca una materia nueva, en no tener que asimilar más cosas... si el cambio es lo que hay? ¿Somos maestros o no somos maestros?

El diálogo que nunca tuvo lugar

- Oye, dieciséis suspensos de veinticuatro alumnos, ¿no son muchos? - A mí no me lo parece. No han hecho nada en toda la evaluación. - Hombre, nada, nada, dos tercios de la clase, durante treinta y seis horas de clase... - Nada de nada. - ¿Y has pensado en lo que podría no haberte salido como querías? - ¿Qué insinúas? ¿Que no hago bien mi trabajo? - No insinúo nada. Te he preguntado si has estudiado las distintas razones que han podido influir en unos resultados tan malos. - Pues yo he hecho lo mismo de todos los años. - Ya, pero es que estos alumnos eran otros... Es difícil asistir a diálogos como este entre un Jefe de Estudios y un profesor. No se suelen dar. Los buenos maestros se reinventan cada año. Y van adaptando su proceder a las características de los alumnos y de la clase. Igual que un carpintero no trabaja igual con esta madera que con aquella. Estoy convencido de que una de las claves para sostener las ganas de enseñar de un maestro es la convicción d

Maestros calasancios

Aunque soy de Bilbao, y con eso debiera bastar, tengo que reconocer que muchas de las mejores cosas de mi vida me han pasado en Madrid. O cerca. Como este tiempo compartido con cincuenta y nueve profesores calasancios y con sus acompañantes. Los calasancios son unas personas extraordinarias, que piensan que educar es suscitar en los niños el amor a la verdad, porque es ella la que educa. Y que se meten cada día en las aulas y en los recibidores donde se encuentran con los padres, y en sus despachos, dispuestos a hacerlo realidad. Me contaron historias maravillosas de profesores que empezaban su clase con dos minutos de música clásica (a ver cuando pones otra vez a Schubert, que a mi me gustó La Trucha), aunque fuera de Mates (¿o porque era de Mates?), de profes de Historia que hacian dramatizar las lecciones, tú, de señor feudal, tú, de campesino, y tú, de rey, que la semana pasada hiciste de vasallo, y la anterior de caballo, que era peor. Y me hablaron de miedos y de ilusiones, mucha