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Mostrando entradas de marzo, 2016

Tres lecciones de fútbol a la escuela. La segunda.

Antonio Conte, el seleccionador de futbol italiano, no puede con la falta de ilusión. - "El fútbol es un deporte del que hay que estar enamorado, hay que tener entusiasmo para practicarlo. Si veo gente que no lo tiene, que se arrastra por el campo, que viene cansado al entrenamiento, me saca de quicio". Como me pasa a mí con los maestros, cuando los veo entrar en clase como alma en pena, como viviendo en un lunes eterno, lluvioso y gris.

Tres lecciones del fútbol a la escuela. La primera.

¿Qué hay que hacer para ganarse su confianza?, preguntaba la periodista a Antonio Conte, seleccionador de fútbol italiano. Uno se espera cosas como entrega, sentir la camiseta, o tener ambición. Y da por sentado lo de ser un extraordinario futbolista, porque nadie que no lo sea llega a jugar en la selección de su país. Pero no. Antonio Conte (Lecce, 46 años) va más atrás: - Tener educación y respeto. Es lo primero que doy y pretendo que se me dé. Nunca me fiaré de un maleducado. Para jugar en la selección italiana de fútbol hay que tener educación. En contra de lo que andéis pensando, no es una obviedad. En la escuela igual. Lo primero que hay que tener para trabajar en ella es ser buena gente. Que uno sabe lo que tiene que saber se da por hecho, como lo de ser buen futbolista para jugar en la selección.

Nuestras reuniones (4): el papel del moderador

Si quieres que una reunión salga mal del todo, renuncia a tu papel de conductor, o moderador. Permite que las personas intervengan por alusiones, para defender sus causas personales, y que utilicen el espacio de trabajo para hacer campaña de sí mismas. No interrumpas intervención alguna, aunque lo que digan se vaya por los cerros de Úbeda, Jaén. Consiente que haya personas que nunca intervengan, porque no tienen nada que decir. Tolera que haya quien cuele sus temas y sus cosas por delante de los fijados en los órdenes del día. No hagas nada si dos personas se atacan personalmente o se pasan facturas por deudas entre ellas. No reacciones ante juicios de valor. Y cuando llegue la hora del final, dala por terminada lamentando que no se hayan podido tocar todos los temas previstos.

Deberes

Hace unos días me fijaba en esta noticia de El País en la que se recogía la iniciativa de grupos de padres que querían acabar con los deberes escolares. Como en tantas otras cosas de la escuela, y de la vida, esto no es algo de sí o no, sino de evitar las barbaridades en las que tantos hemos caído. Una, la de considerar nuestra asignatura la más importante de todas, y la que, dado su estatus, requiere sesión doble de trabajo diario. Dos, la de no hablar nunca del tema de los deberes en una reunión del claustro de profesores. Tres, consecuencia de la dos, la de ir los profesores cada uno por su lado, de manera que, con un poco de suerte, a seis horas de clase le seguían otras tres de trabajo de casa, un día, y ninguna, al siguiente. O dos cada día, durante todo un año, y ninguna, durante todo el curso siguiente. Cuatro, la de vivir esclavos del programa, de manera que si no se fuerza la máquina, mandando ración doble de deberes, explicando de cualquier manera, o con el tradic

Nuestras reuniones (3); empezar bien

Lo primero que hay que hacer para que una reunión sea un desastre es proponer un orden del día imposible. Yo conocí una organización en la que a las reuniones de equipo se iba a comentar los problemas, si es que había. Si no había problemas, no había reunión. Y si un día las personas no querían que hubiera reunión, porque estaban cansadas o porque jugaba el Athletic por la tele, bastaba con que se pusieran de acuerdo en que no había problemas. - Hoy no ha pasado nada, decían. Y todos a casa. A esa organización llegó un director que dijo que eso era un desastre, y que a las reuniones se iba con orden del día. Y así fue. Con un orden del día en el que siempre había doce temas, o más. Para tratar en una hora. Imposible. - Llegamos hasta donde podamos, decía para acallar las protestas. Nunca pasaban del dos, o del tres, ya que a los temas previstos les precedía una discusión sobre los problemas que había. ¿Os suena? Cambiar todo para no cambiar nada.

Nuestras reuniones (2): escuchar.

Muchas veces, en las reuniones a las que voy, observo. Ya sé que está mal, que a las reuniones hay que ir a aportar, pero mi alma de antropólogo me puede con frecuencia. El otro día me encontré en una reunión con una persona que esperaba su turno para hablar ensayando para sus adentros lo que iba a decir. Solo miraba al papel en el que tomaba notas. Y deduje que desde que levantó la mano para pedir la palabra hasta que el moderador se la dio no escuchó otra cosa que su propio dialogo interior. Cuando tuvo la palabra respondió a algo que se había dicho como si hubiera estado escuchando, -"dices que...", empezó diciendo- pero en realidad, a mi me dio la impresión de que venia de casa sabiendo lo que el otro iba a decir y sabiendo lo que iba a contestar. - Creo que no me has escuchado, contestó la persona aludida. Date por jodido, pensé. Y efectivamente, el otro saltó: - ¿Cómo que no te he escuchado?!! Y se lió (mejor contestar: - lo siento, he debido explicarme ma